domingo, 10 de abril de 2011

Pienso luego existo...estupidamente

Descubro aliviado que hay bastantes mas ensayistas, estudiosos y defensores de las teorías de la estupidez de lo que pensaba y que sus escritos por fin han dejado de estar en las estanterías dedicadas a los libros humorísticos.
Además, veo algo sorprendido, que no sólo describen el fenómeno sino que centran sus esfuerzos en elaborar teorías y métodos que nos ayuden a controlar ese coeficiente de estupidez que viene de regalo junto con nuestra inteligencia. ¡Bingo!
Llevo tiempo dándole vueltas a primera ley contra la propia estupidez (es importante insistir en que no se puede hacer nada con la ajena excepto “tragarla en pequeñas dosis homeopáticas”), atascado en aclarar el concepto “pensar”; pensar de forma que el resultado final sea que todos ganan y nadie pierde. Utilizar las capacidades intelectuales para sumar y no para restar.
El éxito de la inteligencia es saber dirigir “bien” nuestro comportamiento y para ello es imprescindible ajustarse a la realidad. La realidad es subjetiva. Esta es la primera dificultad.
Incluso haciendo esfuerzos para situarnos en el lugar del otro u otros, nuestra capacidad de observación e interpretación de los hechos está llena de sesgos, de sesgos cognitivos; algunos de los cuales son verdaderos fracasos cognitivos. Segunda dificultad y sigo.
En determinados momentos vitales hasta la inteligencia más dotada tiende a volverse subversiva. Piense en algo que haya hecho o dicho y que sea una estupidez, una verdadera estupidez. La parte racional de su mente le decía “No lo hagas!”, pero usted lo hizo de todos modos. Su desastroso impulso ha adquirido el suficiente poder como para superar sus funciones lógicas. Las emociones son principal causa del fracaso de nuestra inteligencia, nos vuelven irracionales cuando se adueñan no sólo del corazón, sino de toda la mente humana. Tercera dificultad para pensar en el sentido correcto.
Uno de los aspectos más importantes que nos impide “pararnos a pensar”tiene que ver con el concepto “beneficio”.  Aplicar inteligencia significa obtener beneficios para todos. Muchos humanos obtienen importantes beneficios por vivir y relacionarse como lo hacen. Si la inteligencia bien empleada es la que aporta beneficio, pueden considerarse seres inteligentes. Pues no. Los costes-beneficios no se miden en un solo sentido, en el propio. Por definición, la estupidez no solo no genera beneficio alguno a nadie sino que causa perjuicios a todos por doquier. Obtener beneficios causando  un alto coste familiar, de pareja o comunitario y generar daño, quebraderos de cabeza, problemas y demás males de andar por casa, no es precisamente un modo de actuar inteligente. Cuarta dificultad.
Esto último enlaza con el significado de las palabras. Vivimos con y entre palabras, somos palabras, nuestros pensamientos y emociones son palabras. Nos comunicamos con palabras. Tengo la desagradable sensación de que en muchas, muchas ocasiones, las palabras se convierten en el arma de destrucción doméstica y masiva. Vamos por la quinta.

Capacidad de observación, manejo de sesgos cognitivos, control emocional, utilización correcta del lenguaje, comunicación adecuada... No me extraña que la estupidez reine en los cerebros y comportamientos humanos. No me extraña que hace tiempo me retirara del mundanal ruido instalándome placidamente en mi voluntario aislamiento social. Sigo en ello.

1 comentario:

Anónimo dijo...

2 de febrero de 2011
No pienses

La independencia no se lleva bien con los grupos de comunicación. Es una obviedad que los periodistas se empeñan en silenciar y los directores de periódicos en negar.


Hace unos días, Nacho Vigalondo hizo una broma en Twitter sobre el holocausto. Dijo: "Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!" Consecuencia: la derecha nacional ha usado el chiste para atacar a Prisa. No hubiese pasado nada si Nacho fuese solo un cómico o solo un director de cine. Lo que ocurre es que tiene su blog alojado en El País y que ha escrito, dirigido y protagonizado un anuncio para ese mismo medio.


La independencia intelectual es inversamente proporcional al tamaño del grupo de comunicación que te contrata. Quien lo niegue, miente. Nadie te dice qué tienes que decir y qué debes callar, pero uno sabe perfectamente dónde está la línea roja. Y sabe cuándo la está cruzando (salvo que esté muy borracho como, al parecer, estaba Nacho cuando escribió ese chiste).


Cuando uno escribe para un gran medio sabe que todo lo que escribe, aunque no sea para ese medio, es susceptible de ser vinculado a él. Yo tuve que aguantar titulares como "Un columnista de Público se alegra de la agresión a Berlusconi", también por un comentario en Twitter. Uno, por tanto, no sólo renuncia a la libertad de expresión cuando escribe para el medio que le paga, sino que la pierde en todo momento y lugar.


A no ser, claro, que te dé igual ser despedido.


Pero muy pocos quieren convertirse en el Jesucristo del periodismo español, el mártir de la opinión pública, violado y humillado por la comunidad bienpensante que dirige todos los medios de comunicación españoles. Escupido al underground, condenado a redactar crónicas desde Oriente Medio o a escribir crítica literaria en ABC.


Y esta imposición silenciosa igual sirve para los serios periodistas que para los serios humoristas. Basta comparar los más populares cómicos españoles con los ingleses y americanos para descubrir una España católica, apostólica y romana, mojigata y vulgar, aburrida y temerosa.


La clase política y periodística de este país se ha creído su propio cinismo, su propia demagogia, y ha contagiado su virus del miedo a los profesionales del entretenimiento que, a su vez, lo han contagiado a la opinión pública. La sociedad española está adormecida, cerebralmente muerta, cómoda con sus prejuicios posfranquistas, arrodillada ante sus iconos jesuitas, cautelosa por la demente imprevisibilidad de los groupies de Mahoma. Amordazada de pies y manos por la hipoteca, la gasolina y el pediatra de pago.


Y nos piden respeto. Respeto por los judíos, por los árabes, por los católicos, por las mujeres y los niños, por los mendigos y los paralíticos, por los sordos, los zurdos, los vegetarianos, los homeópatas y los concejales corruptos. Respeto por los periodistas y los cineastas, por los jueces, los policías, los gordos y las anoréxicas. No digas, no hables, no opines nada diferente a lo que lees y escuchas.


No te burles.


No cuestiones.


No pienses.


Por los siglos de los siglos. Amén.



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