domingo, 20 de marzo de 2011

El juego de la Oca o la primera ley fundamental contra la propia estupidez

La diferencia entre el mapa genético de un simio y de un humano es de un insignificante1%. Desde que salió a la luz esta noticia no hago más pensar que la diferencia entre seres humanos inteligentes y seres idiotas integrales es absolutamente inapreciable... Cualquiera puede ser fundamentalmente estúpido sin que ni él ni los demás puedan darse cuenta de la diferencia, una razón más que sustenta el espectacular avance de este destructivo fenómeno.
Al margen del coeficiente intelectual o las capacidades intelectuales que todos tenemos en mayor o menor medida, la inteligencia adecuadamente empleada, en la cantidad que la naturaleza nos otorgue, ha de traducirse en beneficios. Los seres humanos con inteligencia muy alta aportan beneficios a la humanidad entera. Los demás hemos de conformarnos quizá con no causar grandes destrozos en las vidas ajenas y en la propia.

No parece posible que podamos hacer nada frente a la estupidez de los demás pero ¿Podemos hacer algo con la propia?

Para utilizar inteligentemente nuestras capacidades y mantener a raya nuestro coeficiente de estupidez, hay que “pararse a pensar” (leyes fundamentales contra la estupidez. Creación original!). Y por este orden.
Esto que así dicho puede parecer una obviedad, es extremadamente difícil y costoso dados los tiempos que corren; lo que además explica por qué gran parte de los gigantescos sistemas y mecanismos sociales siguen funcionando: es imposible detenerlos por muy mal que funcionen.
Nuestra vida moderna no está diseñada para tener tiempo de “parar”, menos de “pararnos a pensar”. Funcionamos deprisa, a toda máquina. Y si en algún momento “paramos”, desde luego no es para pensar sino más bien para todo lo contrario.
Hemos desarrollado sutiles mecanismos que idiotizan impidiendo el uso inteligente de nuestras limitadas capacidades. En algunos de ellos confluye un número ingente de seres humanos, que se imitan unos a otros (gesticulan, gritan, repiten consignas al unísono...) y donde se contagian emociones fácilmente.
También hemos desarrollado otra cantidad considerable de sustancias que tienen el efecto o bien de impedirnos parar, o de idiotizarnos todavía más. Nos hacen seguir y seguir, seguir funcionando con total estupidez, sin que nadie, ni nosotros mismos obtengamos beneficio alguno con nuestra forma de funcionamiento. La mayoría de ellas se comercializan, muchas se recetan sin pudor y otras tantas están presentes en prácticamente todas nuestras reuniones sociales.
Los medios de comunicación, las grandes empresas de la información, la publicidad o el marketing no parecen colaborar en el acto de “pararse a pensar”, más bien contribuyen a la manipulación y a la confusión cerebral, atascando tuberías neuronales. Si algo sucede a toda velocidad en el siglo XXI, es precisamente la transmisión de información; es un bombardeo tal que impide detenerse y reflexionar.
Francamente, me resulta complicado creer que vamos a resolver los grandes males de la humanidad si ni siquiera somos capaces de resolver inteligentemente nuestros problemas individuales de intendencia doméstica.

La filosofía asiática que creo es bastante sabia y hábil a la hora de parase a pensar dice: “Si algo en tu camino sale mal, detente y retrocede  al punto de partida”. Ya en la mayoría de nuestros juegos infantiles, un error significa “X turnos sin jugar”, “X casillas de retroceso” o la vuelta a la casilla de inicio. ¿Acaso lo hemos olvidado?
Primera ley fundamental para frenar nuestra propia estupidez: ¡Para!

domingo, 6 de marzo de 2011

Necesito una ayudita, una palabra que me pueda convencer...

Definitivamente las teorías sobre el Apego infantil hacia sus cuidadores parecen explicar  gran parte del comportamiento adulto y fundamentalmente del comportamiento manifiesto y predictivo de las parejas, horno en el que se cuece la supervivencia de la especie humana, de ahí su trascendencia. La hipótesis central de la teoría del apego es que las relaciones tempranas entre padres e hijos son los prototipos de las relaciones amorosas de la adultez.
(Hay interesantísimos artículos sobre el Apego infantil y  adulto que recomiendo. Intentaré abrir vínculos para el que tenga interés)

El siglo XXI y los que le siguen, se van a caracterizar por la incorporación de la mujer no sólo al mundo laboral sino al mundo masculino en general (política, investigación, dirección, arte, gobierno...) y por un aumento considerable de  la esperanza de vida humana.

A medida que las desigualdades de género se reducen y se alarga la esperanza de vida, algunos de los modelos de apego generados con anterioridad probablemente sean ineficaces. Los modelos actuales han producido y están produciendo graves patologías afectivas, descenso de la natalidad en Países desarrollados o crisis en sistemas familiares y de pareja, por mencionar sólo algunos desastres. ¡Al borde de la extinción!

Repasen lo que le une a su pareja, ese será el modelo que transmitan a sus hijos y que aprendieron de sus padres o cuidadores y deduzcan si a ellos les servirá en el futuro

Con esta perspectiva y el hecho indiscutible de que los modelos de pareja y familia están cambiando; volvemos al siglo IV antes de Cristo donde los géneros tenían igual peso a la hora de criar y educar a su prole. El término es “matrimonio simétrico”.
Este modelo de matrimonio tiene además un reto que superar, el de permanecer unido muchos más años que en el siglo IV.
Las conclusiones parecen demoledoras, el pegamento que permitirá mantener unidas a las parejas del siglo XXI, igualitarias y equilibradas para procrear y cuidar de su hijos juntos facilitando un estilo de apego seguro a los niños que no genere patologías psiquiátricas es “esa cosa llamada amor” . Volvemos al Romanticismo.

Tras décadas de énfasis en los procesos cerebrales relacionados con el pensamiento, se avecinan próximas de estudios, trabajos, investigaciones y  terapias que van a tener su centro en los procesos cerebrales relacionados con lo emocional. En este caso volvemos, no al siglo IV antes de Cristo, sino a la prehistoria. El “amor” se produce es el núcleo caudado, localizado en el cerebro reptil, el más primitivo de todos. Evolucionó por lo menos 56 millones de años antes de que los mamíferos proliferaran en la Tierra y desde allí se controlan los instintos animales. Los mecanismos químicos cerebrales  del amor se parecen sospechosamente a los de las drogas; es uno de los sistemas cerebrales más poderosos de la tierra.
Parece que la naturaleza ha elegido un mecanismo evolutivamente primitivo, para asegurar la perpetuación de la especie, no se si por elección o por descarte; porque no encontró forma ni mecanismo inteligente alguno que asegurara esa función. Una probable hipótesis puede que tenga que ver con que las emociones no pueden fingirse (a excepción de los psicópatas) ¿Estamos evolucionando o involucionando?

Los defensores de la razón, dela inteligencia que beneficia a todos, del uso de la parte evolucionada del cerebro, sostienen que existe una relación entre la intensidad emocional (si el amor no es intensidad emocional cierro el blog) y la probabilidad de actuar con estupidez, esto es, de producir daño a otro sin obtener beneficio alguno.

He estado tentado a escribir a Olivero Ponte (“El que no lea este libro es un imbécil”) para preguntarle por “los indudables beneficios del amor” que da por evidentes en su genial libro, pero para él parecían tan claros que pensé que el hecho de que yo tuviera razonables dudas sería considerado una soberana estupidez por su parte; así que nunca lo hice. No he dejado en todo este tiempo de hacerme la misma pregunta (¿Beneficios del amor?) sin hallar respuesta convincente. Espero que por “beneficio” no se refiriera a la propagación mundial y estratosférica de la especie humana, me decepcionaría de un hombre que cree que la estupidez se está propagando a pasos agigantados, sería un desastre para la galaxia (para el planeta ya lo está siendo).

Las sustancias químicas liberadas en el cerebro cuando nuestras emociones son intensas inhiben los procesos cerebrales de la corteza frontal, impidiendo el raciocinio. Detener un proceso inhibitorio es mucho mas complicado que activar un proceso cualquiera, requiere utilizar estructuras evolucionadas. El amor crea y une, si, pero también destruye.

Hagamos un experimento simple. Imaginen que alguien les atrae y que tras varios encuentros, su “pareja sexual eventual”, les susurra al oído: “me gustas”. Esto generará respuestas emocionales difíciles de controlar que terminaran seguramente en un polvo. Pero imaginen que lo que les susurra es: “te amo”. Las respuestas emocionales colapsaran el cerebro y el organismo entero.  Las mayoría de los humanos saldrán corriendo y no volverán a quedar con esta pareja jamás. Otros, este grupo será mucho más pequeño, contestarán “yo también”. Y seguramente se arrepentirán unos años más tarde generando daño por doquier.¿Cuántos creen serán capaces de racionalizar esa frase, detener el colapso, analizar la situación, el momento, entender  y poner, sin mayores problemas, las cosas en su sitio sin descolocarse?

La razón de la presente entrada, que aviso; contiene alguna “trampa” para no hacerla demasiado densa, es preguntarme por qué la naturaleza ha seleccionado para asegurar la supervivencia de los seres humanos un sistema cerebral primitivo, poderoso y peligroso (cualquier comportamiento con consecuencias tremendamente positivas y tremendamente negativas se considera peligroso) en lugar de otro mas evolucionado. ¿Es que no hay otro más evolucionado? ¿ ¿La naturaleza se ha rendido a la estupidez? ¿Qué está pasando?
Y fundamentalmente ¿Podemos todavía hacer algo para contrarrestar esta tendencia y seguir evolucionando? ¿Podemos hacer un “uso controlado” del amor sin generar dependencias?¿Es imposible racionalizar el amor?