La diferencia entre el mapa genético de un simio y de un humano es de un insignificante1%. Desde que salió a la luz esta noticia no hago más pensar que la diferencia entre seres humanos inteligentes y seres idiotas integrales es absolutamente inapreciable... Cualquiera puede ser fundamentalmente estúpido sin que ni él ni los demás puedan darse cuenta de la diferencia, una razón más que sustenta el espectacular avance de este destructivo fenómeno.
Al margen del coeficiente intelectual o las capacidades intelectuales que todos tenemos en mayor o menor medida, la inteligencia adecuadamente empleada, en la cantidad que la naturaleza nos otorgue, ha de traducirse en beneficios. Los seres humanos con inteligencia muy alta aportan beneficios a la humanidad entera. Los demás hemos de conformarnos quizá con no causar grandes destrozos en las vidas ajenas y en la propia.
No parece posible que podamos hacer nada frente a la estupidez de los demás pero ¿Podemos hacer algo con la propia?
Para utilizar inteligentemente nuestras capacidades y mantener a raya nuestro coeficiente de estupidez, hay que “pararse a pensar” (leyes fundamentales contra la estupidez. Creación original!). Y por este orden.
Esto que así dicho puede parecer una obviedad, es extremadamente difícil y costoso dados los tiempos que corren; lo que además explica por qué gran parte de los gigantescos sistemas y mecanismos sociales siguen funcionando: es imposible detenerlos por muy mal que funcionen.
Nuestra vida moderna no está diseñada para tener tiempo de “parar”, menos de “pararnos a pensar”. Funcionamos deprisa, a toda máquina. Y si en algún momento “paramos”, desde luego no es para pensar sino más bien para todo lo contrario.
Hemos desarrollado sutiles mecanismos que idiotizan impidiendo el uso inteligente de nuestras limitadas capacidades. En algunos de ellos confluye un número ingente de seres humanos, que se imitan unos a otros (gesticulan, gritan, repiten consignas al unísono...) y donde se contagian emociones fácilmente.
También hemos desarrollado otra cantidad considerable de sustancias que tienen el efecto o bien de impedirnos parar, o de idiotizarnos todavía más. Nos hacen seguir y seguir, seguir funcionando con total estupidez, sin que nadie, ni nosotros mismos obtengamos beneficio alguno con nuestra forma de funcionamiento. La mayoría de ellas se comercializan, muchas se recetan sin pudor y otras tantas están presentes en prácticamente todas nuestras reuniones sociales.
Los medios de comunicación, las grandes empresas de la información, la publicidad o el marketing no parecen colaborar en el acto de “pararse a pensar”, más bien contribuyen a la manipulación y a la confusión cerebral, atascando tuberías neuronales. Si algo sucede a toda velocidad en el siglo XXI, es precisamente la transmisión de información; es un bombardeo tal que impide detenerse y reflexionar.
Francamente, me resulta complicado creer que vamos a resolver los grandes males de la humanidad si ni siquiera somos capaces de resolver inteligentemente nuestros problemas individuales de intendencia doméstica.
La filosofía asiática que creo es bastante sabia y hábil a la hora de parase a pensar dice: “Si algo en tu camino sale mal, detente y retrocede al punto de partida”. Ya en la mayoría de nuestros juegos infantiles, un error significa “X turnos sin jugar”, “X casillas de retroceso” o la vuelta a la casilla de inicio. ¿Acaso lo hemos olvidado?
Primera ley fundamental para frenar nuestra propia estupidez: ¡Para!
2 comentarios:
Si si,algo como hacer siempre las mismas cosas y esperar resultados diferentes. Hay que parar sin duda.
Abrazo porteño.
He leido el articulo sobre las leyes de la estupidez y leo tus entradas. ¿Te consideras estupido/a o inteligente?
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