Sesgos, ilusiones y otras fallas cognitivas
Un estudioso de la conducta humana decía que cuando se le pide a un testigo que declare bajo juramento decir la verdad, toda la verdad y solamente la verdad, se le está pidiendo un imposible. A lo sumo podría pedírsele que dijera su verdad, toda su verdad y solamente su verdad. Y es que la percepción, los juicios y los recuerdos están modelados por nuestras creencias, prejuicios, expectativas, intereses, deseos y temores. Estos fallos se llaman sesgos cognitivos, debilidades que convierten las verdades en entes casi personales, a lo que hay que agregar el egoísmo humano, importante factor que deforma la
Apreciación justa e imparcial de los hechos.
También debe sumarse el egocentrismo, que conduce a la presbicia mental: vemos con suma claridad a distancia, a nuestro prójimo, pero somos ciegos para lo que está muy cerca, nosotros mismos. Por eso es tan fácil ver la paja diminuta en el ojo del vecino.
Debe señalarse, asimismo, que nuestra mente maneja rutinas de cálculo y decisión que funcionan en forma automática, con total independencia del aparato racional; métodos heurísticos que permiten llegar a las respuestas y soluciones rápidamente, pero que se equivocan con inusitada frecuencia, y encubren sus errores de tal modo que el sujeto encuentra gran dificultad en descubrirlos. Estas adquisiciones deben ser muy antiguas, probablemente de origen, zoológico, cuando aún no disponíamos del uso de razón. De allí
que para la mayoría de las personas su existencia pase inadvertida.
El cerrojo de la fe
Los seres humanos, gracias a las características peculiares de nuestro sistema cognitivo, somos capaces de creer cualquier cosa, sin ninguna evidencia a favor; peor aún, contra toda evidencia. Credomanía, lo han llamado. Sólo se requiere que las ideas sean inculcadas desde temprano, 0 que sean presentadas por una autoridad, real o aparente. El hecho de creer es independiente, tanto de la verdad de lo que se cree, como de la categoría intelectual del creyente. La mente humana, sin ningún recato, es capaz de conciliar todas las diferencias existentes entre los dictados de la razón y las creencias. La credomanía permite que un carismático líder político o religioso arrastre su rebaño de seguidores hasta límites que rayan en lo absurdo.
Se sabe, por su misma naturaleza, que la fe es ciega. Pero, además, es sorda, pues no escucha las protestas de la razón, con total desprecio por la inteligencia
Luego, en la adultez, aunque reconozcamos contradicciones e inconsistencias severas en las adquisiciones infantiles, éstas resisten sin desmayo a todo esfuerzo voluntario y honesto que se haga por modificarlas, tal como si los mecanismos de fijación temprana correspondiesen a estructuras biológicas diseñadas en forma expresa para durar y perdurar. Fortalezas inexpugnables.
La historia certifica que contra los cerrojos de la fe se han estrellado hasta las mentes más lúcidas. Y para hacer esta fortaleza aún más resistentes, poseemos un sesgo que algunos han dado en llamar de exposición selectiva:
buscamos con afán aquella información que nos complace y confirma nuestras creencias, mientras que tendemos a ignorar todo lo que las desaprueba. Nos interesamos sólo por aquella información que nos da seguridad y nos reconforta.
Hay que entender que en épocas primitivas esos mecanismos cognitivos le permitían al joven aprender con rapidez y en forma duradera las experiencias de los mayores; y se requería que funcionasen desde muy temprano en la vida, y por toda la vida, sin tolerarle objeciones al aprendiz. Sin criticar ni disentir. La verdad es que la plasticidad infinita de la mente infantil facilita el implante ideológico. Lo adquirido en esa frágil edad no pasa por el tamiz de la razón, pues se carece del uso de ella. Y parece, por su solidez, que se grabara en capas profundas del encéfalo, impenetrables a la razón e invulnerables a toda crítica.
Fallas en el manejo del azar
Una debilidad humana, destacada por cierto, se manifiesta al apreciar en forma
intuitiva las probabilidades de ocurrencia de un fenómeno aleatorio. Los cálculos rápidos que hacemos en nuestro cerebro quedan a menudo muy alejados de aquellos obtenidos en forma analítica por medio de la teoría de probabilidades. En particular, al juzgar una coincidencia, tenemos la tendencia a considerarla un hecho raro, de gran improbabilidad, cuando no es que la declaramos imposible de ocurrir por medios naturales. De allí que, para explicarla, con frecuencia invocamos principios paranormales. A esta debilidad en el manejo de las probabilidades, el matemático norteamericano John Paulos la considera parte de un conjunto más amplio de fallas de la mente humana, que él ha bautizado con el nombre genérico de anumerismo, especie de analfabetismo numérico.
Es necesario que tengamos un manejo intuitivo de los asuntos aleatorios, pues la vida diaria siempre ha estado asediada por situaciones críticas en las cuales se exige cierto cálculo intuitivo del azar, una estimación burda de las probabilidades implicadas en la situación. Al menos, distinguir lo contingente de lo necesario, lo errático de lo regular, lo riesgoso de lo seguro. Separar con facilidad lo muy probable de lo mediano y poco probable. Pero ante problemas artificiales creados por el mismo hombre, o enfrentados a situaciones naturales complejas, nuestros juicios nacidos del sentido común se equivocan con una frecuencia mayor que la deseada. Es como si lleváramos en la mente una contabilidad de eventos, en la que la clase de los más recientes o más próximos fuese por ello más numerosa y, por ende, tuviese mayores probabilidades de ocurrir.
La facilidad o dificultad con que imaginamos un evento puede llegar a veces a
confundirnos al establecer juicios sobre él. Si por falta de experiencia o por ignorancia no somos capaces de traer a la mente un número suficiente de peligros potenciales, tenemos la peligrosa tendencia a subestimar los riesgos.
Nuestro sesgo, cada vez que debemos evaluar en forma subjetiva la probabilidad de un suceso compuesto, es a permanecer cerca de los primeros valores que lleguen a nuestra imaginación, y éstos corresponden, por lo general, a las probabilidades de los componentes o eventos simples. De ahí la tendencia a subestimar la probabilidad de ocurrencia de un fenómeno que resulta de la disyunción de otros -falacia de la disyunción---, y a sobrestimar
la probabilidad de uno que sea la conjunción de varios -falacia de la conjunción---.
El investigador Massimo Piattelli-Palmarini (1994) ha descubierto en sus experimentos que este error de la conjunción es común entre médicos, militares, políticos e ingenieros, aun en sus áreas de especialización. Asimismo, considera el investigador que esta ilusión cognitiva es una de las más extendidas.
Sesgos causales
Los seres humanos tenemos la tendencia viciosa a establecer nexos causales entre aquellos fenómenos que por azar aparecen muy próximos en el tiempo o en el espacio, aunque tales relaciones no existan; a convertir en compleja causalidad la simple casualidad. Sesgo causal, se le ha llamado. Es un potente y útil algoritmo de lectura e interpretación del mundo, grabado en la red neuronal desde tiempos muy antiguos, cuando aún la racionalidad no había aparecido sobre la tierra. Y es su misma potencia la que hace que abusemos con frecuencia de él. De allí que se convierta tantas veces en fuente de supersticiones.
La supervivencia del hombre primitivo, científico, dependió del mecanismo neuronal que establecía y grababa con firmeza en la memoria esas supuestas duplas de causa y efecto, de tal suerte que luego fuese fácil reconocerlas para evitar consecuencias nefastas. La ventaja adaptativa conferida, la sabiduría popular la ha condensado en una fórmula sencilla: es mejor prevenir que curar.
Vale la pena destacar que la tendencia a buscar relaciones causales también está programada en la mente de muchos vertebrados. Por esto al perro no lo capan dos veces, y una rata no vuelve a probar un alimento si después de consumirlo se le aplica una inyección que le produzca vómito. Y sus congéneres le siguen el ejemplo. Por eso la tarea de exterminar a esos incómodos roedores utilizando venenos ha sido hasta el momento una causa perdida.
Cualquier día amanecemos con un ligero aumento de adrenalina en el torrente
circulatorio, acompañado de una extraña sensación de nerviosismo. Si por azar, ese día nos ocurre algo inusual, en forma inmediata ligamos causalmente los dos hechos y concluimos que el nerviosismo inexplicable del amanecer era un anuncio de lo que se iba a presentar durante el día. Un día señalado. De una simple coincidencia hemos fabricado una premonición. Si, en cambio, nada especial nos ocurre, el estado de nerviosismo termina por disolverse en el olvido. No son pocas las personas que, después de ser protagonistas de
alguna coincidencia de este estilo, terminan por creer que están dotadas de virtudes paranormales; a partir de ese momento, se mantendrán en forma permanente a la caza de esas duplas premonitorias.
Nuestra memoria colecciona lo destacado, lo raro; lo común y lo habitual no lo registra. De lo contrario, terminarla nuestro cerebro atiborrado de recuerdos inútiles. Esta forma selectiva y sesgada de operar nuestra memoria ha dado lugar a las jocosas leyes de Murphy. ¿Por qué la fila de espera donde nos encontramos siempre se mueve con mayor lentitud que las restantes? Esta afirmación se escucha con frecuencia, y es en serio, pero corresponde a una mala observación de los hechos. El error consiste en que no llevamos en la mente el registro acumulado de todas aquellas ocasiones en que nuestra fila se ha movido igual o más rápidamente que las restantes. Estos eventos son mudos.
Las contradicciones no nos asustan. De alguna manera nuestro cerebro logra
conciliarlas, o simplemente las pasa por alto. En el comportamiento supersticioso, que, de paso, también se ha observado entre algunos animales, nuestra mente es capaz de manejar con habilidad esa dualidad entre creer y no creer. Como las brujas: sí las hay, pero...
Incongruencias y otras debilidades
Los políticos electoreros, que suben gracias a los votos, con gran convicción dicen a las ovejas de su rebaño: usted decide; no deje que los demás decidan por usted: vote. Una falsedad. En todos los sistemas democráticos siempre deciden los demás Y si esto no ocurre, la votación no es democrática.
Disonancia cognitiva
La mayoría de los humanos tenemos la tendencia a justificar a posteriori nuestras acciones. En particular, cuando cometemos una error, tratamos de encontrar razones que nos convenzan de que fuimos lógicos y razonables al actuar así. La clase de proceso mental involucrada en estas situaciones la llamó el sicólogo León Festinger disonancia cognitiva.
Básicamente, la disonancia cognitiva es un estado de tensión sicológica que ocurre cuando nos enfrentamos a dos cogniciones (ideas, conocimientos, creencias, opiniones...) sicológicamente inconsistentes, es decir, contrarias u opuestas. Esto genera una sensación desagradable que induce al sujeto a reducir o eliminar la contradicción, sin ser muchas veces consciente del propósito, y, casi siempre, sin ningún miramiento por la razón. Y es que la disonancia cognitiva nos motiva, no tanto a buscar la verdad, como a creer que la poseemos.
Un ejemplo aclara lo dicho. Piénsese en una persona que fuma y sabe que el cigarrillo puede causar cáncer en los pulmones. Las dos cogniciones en conflicto son: yo soy fumador, y el cigarrillo produce cáncer. Con el fin de reducir la disonancia, el fumador cuenta con dos estrategias: valorizar el acto de fumar, o desvalorizar su peligro. Con esos fines inventa razones justificadoras, a veces absurdas o pueriles, pero no advierte el desatino lógico. Por ejemplo, puede darse el caso de un sujeto que asegura que la correlación entre filmar y el cáncer del pulmón no se ha demostrado plenamente, o que a muchas personas les da ese tipo de cáncer sin haber fumado nunca. Otros, para lograr la paz del alma, se arrullan con falacias hasta desmontar el conflicto: el cigarrillo no es tan peligroso -piensan--, sólo se trata de exageraciones. Algunos argumentan que hay personas inteligentes y muy cuidadosas de su salud que también fuman. Hay quienes concilian sus
sentimientos diciéndose internamente que de todas maneras lo importante de una vida no es que sea larga, sino placentera, y que de algún mal -tal vez peor- habrán de morir. Y en ocasiones se llega al extremo de justificar el disonante vicio haciendo chistes sobre él: si el cigarrillo mata lentamente --como afirman los médicos-, ¿qué afán de morir tengo yo? Y lo que se ha dicho sobre los fumadores puede decirse sobre los bebedores, los jugadores empedernidos, los drogadictos y los pasados de peso. Cada cual inventa sus mentirillas tranquilizadoras, las cultiva y termina por creérselas, sin modificar los hábitos.
Por fortuna, siempre existirán buenas razones para justificar las malas acciones. En encontrarlas somos verdaderos expertos. Al final, terminamos perdonándonos todos los pecados, los mismos que no perdonamos en el prójimo. Doble moral, la han bautizado. Cree uno que de esta cómoda manera los hombres han justificado la explotación del prójimo, la esclavitud, el crimen, la violencia, la infidelidad, los vicios, el narcotráfico...
Heurística de la representatividad
Muchos de nuestros juicios y apreciaciones se producen gracias a rutinas mentales simples, ágiles y eficientes; travesías mentales que permiten llegar a las respuestas sin pasar por la consciencia, pero que se equivocan con frecuencia y, además, encierran innumerables celadas. Algunos los llaman juicios por sentido común, mientras que otros, más refinados, hablan de métodos heurísticos. Thomas Gilovich y Kenneth Savitsky, en un estudio
titulado Like goes with Like (véase Revista Universidad de Antioquia, número 245), destacan el papel importante que desempeña en nuestros juicios la representatividad, entendiendo ésta como la tendencia a evaluar la similitud de los objetos y acontecimientos por sus rasgos sobresalientes, y a clasificarlos en categorías por medio de la regla: los parecidos se busca
En la heurística de la representatividad, el sujeto admite, sin justificación alguna, que las cosas parecidas deben estar relacionadas de alguna manera. En particular, las causas deben parecerse a los efectos. Otro matiz del sesgo causal ya estudiado. Los atajos heurísticos basados en la representatividad nos capacitan para establecer en forma rápida y eficaz juicios sobre las cosas y los acontecimientos, sin interferencias de la razón, lo que permite sospechar que deben estar programados en nuestra red neuronal, y que son el resultado de incontables milenios de evolución. Sin embargo, en la vida moderna, muchísimo más compleja que la del hombre primitivo, esas rutinas nos engañan con relativa frecuencia. Tenemos la tendencia a dar por cierto que cada miembro de un grupo debe asemejarse al prototipo que lo representa.
No puede negarse que a veces las causas se parecen a los efectos, como los hijos se parecen a sus padres. Pero, también, no son pocas las ocasiones en que son muy diferentes.
Una bacteria invisible puede causar una epidemia de proporciones planetarias, y un incidente menor es capaz de gestar una acción de gran magnitud, como ocurrió con el asesinato del archiduque Francisco Ferdinando en Sarajevo y la Primera Guerra Mundial.
La moderna teoría de los sistemas complejos afirma que son muchísimos los sistemas sometidos a los avatares del caos, de tal modo que una causa menor es capaz de producir un efecto¡, mayor.
Una parte importante de la pseudo ciencia se fundamenta en el principio de atracción de los parecidos. En la astrología --comentan Gilovich y Savitsky-, se supone que los nacidos bajo el signo de Capricornio (cabra) deben ser tenaces y buenos trabajadores, mientras que los nacidos bajo Leo (león) tienden a ser orgullosos y excelentes ejecutivos.
El peruano Alberto Fujimori, por ejemplo, es Leo por haber nacido un 28 de julio; de ahí su carácter dominante y la gran seguridad que muestra en sí mismo. Y la interpretación freudiana de los sueños adolece de la misma ingenuidad de los parecidos: soñar con un cigarro o con una serpiente significa que se tienen problemas con el pene o con la sexualidad, mientras que los policías en los sueños simbolizan la odiosa autoridad, o al padre.
En la medicina de todas las épocas se ha usado en forma infundada la heurística de la representatividad con el nombre de teoría de las signaturas, denominación utilizada desde el tiempo de Paracelso. Se ha creído que los síntomas de una enfermedad deben parecerse a la causa, y, por las mismas razones, que el remedio debe parecerse a los síntomas.
Es conveniente anotar que la aplicación del principio de que los parecidos se buscan conduce a veces a fracasos continuados, como ha ocurrido con los tratamientos para la caída del cabello. Dado que éste tiene raíces y tallos, brota del cuero cabelludo como las plantas lo hacen del suelo, y crece en sentido longitudinal, la analogía es perfecta. Por eso los tricóferos y otros remedios para la calvicie aplicados en forma local han tratado de imitar a los abonos. El fracaso lleva siglos, y todos los calvos del mundo, junto con su pelo, han perdido ya las esperanzas.
Otros sesgos cognitivos
Se han realizado numerosos experimentos para determinar las formas como percibimos un acontecimiento y lo recordamos. Lo que se ha demostrado en el laboratorio es que nuestras creencias, deseos, expectativas, intereses, temores y estado emocional son determinantes' en la percepción y en la posterior formación de los recuerdos. Por ejemplo, el miedo extremo -y el pánico con mayor razón puede alterar por completo lo percibido.
Con el paso del tiempo, nuestros conocimientos se van deformando y ajustando cada vez con más exactitud al mundo intelectual particular que ya hemos construido. Y, de la misma forma, el olvido también es acomodaticio. En consecuencia, tanto lo que guardamos en el recuerdo, como lo que después recuperamos de él, están teñidos del color de nuestro mundo interior.
Los humanos tenemos la inclinación innata a organizar y dar forma a los recuerdos con el fin de lograr que los eventos narrados sean coherentes con
nuestras creencias. Los sicólogos de habla inglesa le dicen a esta estrategia, en forma coloquial, afilar y emparejar (sharpening and levelling).
Por todos estos motivos, difícilmente pueden existir testigos imparciales y justos. La historia extensa de los testigos oculares en los tribunales ha enseñado que sus informes son a menudo incorrectos, cuando no contradictorios. Los errores principales son debidos a fallos de la memoria, al relleno incorrecto de las lagunas de información y a la elaboración
subconsciente que con base en su punto de vista particular y en su estado anímico realiza el sujeto interrogado. Se trata sólo de un sesgo: la inevitable ceguera parcial.
La influencia de nuestros deseos sobre lo que observamos es a veces decisiva, como la historia de la ciencia lo puede comprobar. No han sido pocas las oportunidades en que experimentadores serios fueron engañados por ilusiones creadas por sus deseos. Pensar o ver con el deseo. Los canales de Marte fueron observados en 1877 por el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli, quien, probablemente obnubilado por tan grandioso descubrimiento, que implicaba la existencia de seres inteligentes en el planeta vecino, los vio con los ojos del deseo. Algunos astrónomos, asombrados por el gran descubrimiento, y enceguecidos también por el deseo, confesaron haberlos visto. Hoy ya nadie los ve, ni siquiera el Pathfinder; y con la desaparición de los canales desaparecieron los marcianos.
Con el propósito de eliminar los factores subjetivos de experimentador y sujeto, en los laboratorios se suele utilizar el método llamado doble ciego, para indicar con ello que los dos actores principales del experimento no conocen los resultados esperados de lo que están haciendo en cada momento. Se sabe muy bien que cuando una persona conoce por anticipado el resultado esperado de una prueba, sus prejuicios y deseos suelen influir de manera determinante en sus observaciones. Esta es una falla humana muy extendida, y no se trata en absoluto de fraude.
Una de las debilidades humanas más protuberantes es la tendencia a transferir a los objetos del mundo nuestras características, a pensar todo a imagen y semejanza nuestra.
Sesgo antropomórfico. Las anatomías de los extraterrestres, para aquellos creyentes en ovnis que han sido abducidas o secuestrados, son deformaciones pueriles de las nuestras, y los sistemas de comunicación de los alienígenas son compatibles con los nuestros. Otra ingenuidad. Las divinidades tienen figuras y sexos no muy diferentes a los que encontramos en nuestro mundo terrenal, además de exhibir comportamientos completamente antropomorfizados: son sabios e inteligentes, vengativos, amenazan, aman, castigan y premian, y demandan adoración. Asimismo, el Universo debe tener principio como lo tuvimos nosotros; por eso rechazamos la idea de un
cosmos que siempre ha existido; y por lo mismo necesitamos un creador, éste sí, sin principio, pues de lo contrario nunca terminaríamos. Además, el Universo debe tener un propósito, y lo mismo debe ocurrir con nuestra existencia. En ocasiones, y más allá de las simples metáforas, trasladamos virtudes y vicios humanos a los inocentes animales.
Reflexiones finales
El lector que haya sido capaz de llegar hasta este punto puede pensar que no hay duda sobre la existencia de esa multitud de sesgos que enturbian la verdad y entorpecen el buen pensar y, a veces, el buen obrar. Pero... ¿no serán sesgos que afectan a los demás? Sesgos del prójimo que nosotros, seres casi perfectos, no poseemos. Puede estar seguro quien así piense que también es víctima de una ilusión; que casi con seguridad está plagado de los mismos sesgos que reconoce en su vecino. Y esta ilusión se debe a que existe un sesgo de segundo orden o metasesgo, el más invisible de todos y del cual parece que no podemos escapar: creer que los sesgos afectan los juicios de los demás, y que nosotros somos la excepción. La gran ilusión.
La cruda verdad, establecida por los sicólogos sociales después de más de tres décadas de experimentación continua, es que nuestros juicios y apreciaciones están amenazados por mil enemigos que tienden a desvalorizarlos, por decir lo menos, y que son difíciles de descubrir y, más aún, de erradicar. Por acompañamos desde la niñez, terminamos ignorándolos. Sin embargo, en medio de esa lucha perdida, es sano conocer nuestras debilidades, y estudiarlas. Sólo conociéndolas bien, podremos aspirar a minimizar sus
efectos negativos. Y si no logramos convertirnos en hombres justos, imparciales y objetivos, al menos sabremos cuáles son nuestros indomables pecados en estas materias.
(Artículo de Antonio Vélez M.
Revista UNIVERSIDAD DEL ANTIOQUIA, 249 p. 18)
2 comentarios:
Interesante aunque un poco espeso para los que no somos especialistas. Una reflexión, si los procesos intuitivos nos tienden trampas a la razón.... ¿No deberíamos usar la razon para entrenarlos en conseguir resultados más eficaces?.
La razón también nos pone trampas, el proceso de razonar es universal (para los que razonan, claro...)pero está condicionado por multiples factores. Como no quiero ponerme espesa, veo a diario procesos de razonamiento lógicos, correctos en ese sentido pero basados en una visión subjetiva de la realidad totalmente equivocada (desde mi óptica, claro) Pero si, la intuición puede entrenarse ("Decisiones instintivas" Gerd Gingerenzer)
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