viernes, 10 de junio de 2011

Mi pobrecito perro

Casi nada es lo que parece. Esto también. Aunque parezca que lo que vais a leer habla de mi perro, habla de mí y de la gente.

Tengo un perro viejo, muy viejo, además de feo y desagradable. Este invierno empezó a tener problemas serios en las patas de atrás. A pesar de sus problemas, el animal intentaba hacer vida normal; esto es: dejarse cuidar, comer como una lima, bajar a la calle unas 4 veces diarias (a pesar de sus problemas traseros), dormir como un cesto, gruñir casi siempre y, con ayuda, incluso ir detrás de sus juguetes. Vida de perro.
A mí me parecía que “mi pobrecito perro” todavía tenía ganas de dar trabajo, así que decidí fabricarle un arnés con ruedas que le ayudara a moverse en lugar de sacrificarle.  Es como un carrito de la fruta sin bandejas, hecho con tubos de pvc y ruedas para muebles.

Mientras el perro bajó a la calle prácticamente arrastrando sus patas de atrás, con caminar lento, sujeto por tres correas que le ayudaran a levantar sus cuartos traseros (que no a apoyarlos....); nadie hizo el más mínimo comentario. Desde que salimos “motorizados” y “a toda mecha” con el arnés rígido con ruedas, mi perro se ha convertido para algunos vecinos en” mi pobrecito perro” y yo en una especie de cruel maltratadora que “obligo” al animal a vivir en “semejantes condiciones”. No sé si esta representación vecinal  pretende que un animal de más de 14 años salte y corra y brinque. El perro tiene así como 75 años humanos y por muy bien que ande un anciano a esas edades fíjate tú que no lo imagino saltando a la comba....

A mí opinar sobre la vida de mis vecinos cuando me los cruzo en el ascensor, decirles en voz alta cosas como “pobrecito tu”, “pobre de tu marido, no sé cómo le tienes así”, “no se como se os ha ocurrido tener hijos o más hijos trabajando tanto” ó “deberías sacrificar a tu padre por que no es vida la que lleva”. Pues no sé...no se me pasa por la imaginación. No tengo muy claro cuando, cómo o donde se aprenden estas normas no escritas de educación y respeto, ni por qué a mí lo que parece tan obvio y evidente – en este caso, respecto a lo que no se le debe decir a nadie si no te pide opinión – a otros ni se les ocurre. Será que relaja, desgrava o sirve de penitencia.
¡Para debatir sobre la eutanasia humana estamos!

He pensado en poner una nota en el tablón de anuncios del portal para que los vecinos que opinan que mi perro es un “pobrecito perro” se pasen por casa cualquier día. Conque se pasaran de 20:00 a 21:30 sería suficiente. Es el momento de salir a la calle con la pelota, cenar (pavo con carne picada y arroz, más quesito de postre y “chuches” caninas para los dientes), perseguir al gato un rato (con el arnés de ruedas y yo detrás para que ni se atasque ni se caiga), jugar a “yo cojo un muñeco y tu me lo quitas”, estar detrás de mí mientras hago la cena para nosotros por si cae algo para, finalmente, subirle al sofá (enterito de dos plazas para él solito, para que esté cómodo), escucharnos hablar y ver la tele mientras va cerrando lo ojillos y ronroneando, hasta que se queda frito y le tapamos con una mantita. Cuando me voy a la cama, por supuesto me lo llevo conmigo. ¡Pobrecito perro!

2 comentarios:

Curro dijo...

Bonito artículo sobre Trasgo. Estoy seguro que es el perro más feliz de tu urbanización y seguro que el mejor cuidado y más mimado. Me acuerdo cuando se asomaba a la terraza y ladraba a la gente que pasaba por la calle pero luego se dejaba acariciar. La gente no tiene más que envidia...

Pilar dijo...

La diferencia entre Trasgo y Pilar es que ella sí se plantea porqué hacen esos comentarios: pobre, qué le pasa, etc. Todavía no me ha dicho lo que verdaderamente piensa. Afortunadamente yo, hace tiempo que dejé de preguntármelo.Quiero pensar que es franca y llanamente una carencia absoluta de habilidades sociales y así lo aprenderá Pilar.