Hace ya tiempo que le vengo dando vueltas al asunto de escribir sobre los discapacitados y el término discapacidad. Ya se sabe que uno tiene una tendencia natural a “juntarse con iguales”, de tal forma que llegué a pensar si esto de la discapacidad podría contagiarse: curiosamente estoy rodeada de discapacitados.
Evidentemente me refiero a esa discapacidad acreditada por el resto de los capaces, esa que se escribe en un papel a modo de certificado y que te informa de cual es tu grado de minusvalía, por si no lo tenías claro. Nunca he entendido porqué se le considera a alguien minusválido a partir de un 33% de discapacidad. Es decir, cuando una tercera parte de tu potencial parece imposibilitado. Podría haberse puesto el límite en cuarto y mitad, por ejemplo, y nos hubiéramos reído un rato.
Personalmente se de muchos discapacitados sin certificado. Y no me refiero al número creciente de estúpidos, porque la estupidez es con rotundidad una capacidad que hoy en día facilita la adaptación y la supervivencia. Los inteligentes están en vías de extinción.
En mi ir y venir por la vida no he conocido gente tan capaz como los discapacitados. Y lo digo sin la habitual compasión con la que los capaces suelen calificar nuestras acciones.
La discapacidad que no está certificada es bastante peor, desde mi punto de vista. Y esta sí merece comprensión, compasión y paciencia. Sobre todo mucha paciencia.
Estar “al otro lado”, ser minoría, diferente al resto; ser minusválido o discapacitado; marca tendencia. Pasar la infancia o una parte importante de tu vida entre hospitales, médicos y centros varios es como tener un master, como ser especialista. Y esto está bastante alejado del significado de discapacidad. El discapacitado es un especialista, un maestro en el arte de sobrevivir, superarse, reponerse y codearse con el sufrimiento. Una lástima que para esto no haya certificado ni diploma acreditativo.
Muchos capaces comentan sus dificultades para la vida cotidiana cuando tienen un accidente leve y me miran y dicen: Uno no se da cuenta de lo difícil que es hacer las cosas hasta que te falta o te falla tal o cual miembro del cuerpo..... Vamos, como cuando se estropea la tele! Ya, pero es que a mi no me falta nada. Falta lo que se echa de menos y no se echa de menos lo que no se tiene o no se tuvo. Yo me recuerdo, me pienso y me sueño desde los nueve años con brazo y cuarto, no hecho nada de menos. Soy así igual que otro es gordo y feo (y yo delgada y resultona. Esto es a mala leche, lo reconozco...). Este es uno de los aspectos que no entienden los que tienen, a simple vista, todas las partes de su cuerpo en orden y concierto. ¿Usted echa de menos ser rubio y con los ojos azules? ¿Echa de menos ser mas inteligente? Pues parecido.
De todos es sabido que una discapacidad genera automáticamente una compensación, es decir, aumenta otras capacidades. Podemos empezar a hablar pues de la sobrecapacidad o los sobre-capacitados. Un ciego será sobre-capacitado auditivo: tiene usted una sobrecapacidad auditiva del 62% acreditada con el correspondiente informe.
Reconocemos al ser humano superdotado pero no al sobre-capacitado. A este último preferimos llamarle minusválido. Personalmente no me molesta en absoluto el término, probablemente no me quiera dar por aludida. Yo no necesito que nadie me reconozca lo que hago. Se quien soy, lo que puedo o no hacer y cuales son mis capacidades y limitaciones. Y tener un papel que acredita mi grado de minusvalía hasta el momento me sirve sólo para tener ventajas fiscales.
Es verdad que encontrarse constantemente con barreras arquitectónicas dificulta sobremanera comportamientos de la vida cotidiana, pero supongo que igual que encontrarte con que casi todo está informatizado y ser incapaz de defenderte con un ordenador. Y también confieso que en más de una ocasión, cuando me encuentro por ejemplo con coches pegados a las aceras impidiendo el paso de sillas y carros con ruedas, clamo venganza. La falta de solidaridad todavía no aparece en los listados que valoran el grado de minusvalía, aunque creo estaremos de acuerdo en que es una discapacidad grave; de más de cuarto y mitad, difícil además de compensar incrementando otras cualidades.
Salimos en la tele cuando superamos obstáculos como si de algo impensable se tratara. Algo ejemplar, asombroso, digno de ser contado. Asombroso es el espectacular aumento de las españolas rubias con mechas, de tradición morena desde siempre. Y asombroso es también el gasto económico que supone para muchas familias el acceso a materiales varios que ayudan a la adaptación. Pero los humanos somos así desde la Prehistoria; nos asombran las cosas más elementales mientras lo realmente excepcional, que generalmente no está a la vista, pasa desapercibido.
Para terminar, no deberíamos tener complejos. Los complejos los generan otros. Los que ignoran y discriminan, los piadosos y compasivos en el extremo negativo del término. Los que temen las diferencias porque no saben manejarse en ellas. Los auténticos discapacitados.
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